sábado, 12 de mayo de 2018

21 ANDREU Y LOS CONTRABANDISTAS



Andreu asociaba la imagen de la mar con la de su casa, por eso, a pesar de haber encontrado a su hermano mayor, Salvador Masobrer, seguía empeñado en encontrar al resto de su familia, es decir, a su madre y su hermana.
Se sentía seguro bajo la protección de la compañía de teatro y también estaba contento de haberse ganado la confianza de alguien más débil que él como lo era Batiste Sistella, sin embargo, no conseguía apartar su obsesión por volver a su pueblo marítimo y allí, junto a ese mar que tanta confianza le daba, intentó buscar a su madre que lo había abandonado en el hospicio.
***
Cerré los ojos. Dejé que el aroma y el sonido de las olas me guiasen. Me arrullaban. Podía sentirlas cerca de mí. Con ellas me encontraba tan seguro. Por fin había conseguido llegar hasta mi pueblo junto al mar.  La brisa marina llenaba mis pulmones. Respiré aliviado. Mi desasosiego desapareció. La luz del amanecer se filtró por mis párpados incitándome a abrirlos. Una sensación de alivio me invadió por el constante movimiento del mar. Habría permanecido así todo el día de no haber escuchado aquellas voces. Abrí los ojos y unas siluetas se recortaron en el horizonte. Los reconocí al instante. Mi primer impulso fue huir de allí, pero el miedo me paralizó. Como pude me escondí junto a un bote que estaba volcado en la arena. Pensé que con un poco de suerte ellos no me verían.
Escuché unos gritos. Procedían de la playa. Se acercaba una pequeña embarcación. Dos marineros remaban con gran brío. Dos de los hombres que corrían se dirigieron hacia la barca. Se lanzaron al agua para tirar del bote y acercarlo hasta la playa. Entre los cuatro lo encallaron en la arena. Desde mi escondite pude ver a un tercero que se aproximaba lentamente. Lo reconocí al instante. La escuálida e inconfundible sombra, dibujada por su traje de chaqueta cruzado y su sombrero hundido en la cabeza, era la de Aurelio Retalls. El pánico se apoderó de mí. Instintivamente me encogí aún más en mi improvisado refugio. Noté como me temblaban las rodillas y no era por el frío. Sabía de lo que era capaz aquel bandido.
Los marineros sacaron de la barca unos fardos que los secuaces de Retalls les quitaron de las manos con brusquedad. A continuación, uno de los contrabandistas empuñó una navaja y cortó las cuerdas que ataban los bultos. Lo hizo con tal violencia que un saquito salió despedido del resto del fardo. Una especie de polvo blanco se vertió sobre la arena de la playa.
-¡Melenas! eres un manazas. Has tirado la mercancía. –Le riñó su jefe. –Eso vale más que tu vida.
Aquellas palabras aún me asustaron más y me cubrí la cabeza entre las manos para convertirme en un ovillo, pero de nada me sirvió. Una mano como una tenaza me atrapó por el antebrazo. Se trataba de Ginés Olí, el lugarteniente de Retalls. Enfurruñado como me encontraba no lo había oído llegar.
-¡Eh!, mirad qué renacuajo termino de pescar. –Gritó aquel hombre de cara redonda y fuertes manos.
Me levantó por los aires con su impresionante fuerza colocándome delante de Aurelio.
-Nos espiaba detrás de esta barca. –Gritó mientras apretaba más su mano sobre mi brazo. Me hacía mucho daño.
-Yo no espiaba a nadie, señor. –Dije en mi defensa. –Cuando ustedes llegaron yo ya estaba aquí.
Os puedo asegurar que fueron los minutos más angustiosos de mi vida. El jefe de la banda, Aurelio Retalls, me miró detenidamente.
-Por favor señor, déjeme ir. No he hecho nada. Se lo suplico. –Gimoteé por el dolor y el miedo.
El pánico me hacía implorar por mi vida. Sabía que quien caía en sus manos no valía nada. Cuando el jefe de los bandidos habló pronunció unas secas y cortantes palabras que resonaron en mis oídos como verdaderos martillazos.
-Creo que te conozco.
Mientras tanto, sus secuaces cargaban en sacos los bultos que habían descargado de la barca. Fue Ginés el encargado de arrastrarme hasta una barraca medio derruida entre la playa y las casas del poblado marítimo.
Por mi cabeza pasaron las imágenes de todos vosotros y la triste idea de que nunca más os volvería a ver. Ginés me tiró en un rincón como si fuese uno de los bultos que había descargado. Quedé arrinconado junto a una chimenea cuya lumbre todavía resplandecía. Me acurruqué. Sentí el calorcito de las brasas. Casi no tuve tiempo de reaccionar porque los contrabandistas descargaron los sacos en medio de aquel destartalado espacio. Dentro de la barraca les esperaba una mujer. La penumbra que dominaba en aquel pequeño espacio escondía su rostro y sólo la reconocí cuando habló. Fue tal la sorpresa que, por unos instantes, pensé que se trataba de una ilusión propia de mi imaginación. El jefe se dirigió a la mujer.
-Hoy no te quejarás por la cantidad. –Dijo con voz potente y opaca. –El cargamento ha llegado completo. ¿Cuánto crees que nos darán por él?
-Aurelio sabía que eras estúpido, pero no imaginaba hasta qué punto. –Le increpó la mujer- ¿Cómo se te ocurre traer a un testigo de lo que hacemos? ¿Ahora le faltará el tiempo para delatarnos?
Durante unos segundos dudé sobre ella. Por su aspecto físico hubiese afirmado que se trataba de Natasha Ivanoff, la duquesa rusa y novia de Edelmiro Bartha, sin embargo, su menosprecio hacia mí me hizo dudar de que lo fuese. Volví a mirarla y cuando ésta habló, con su inconfundible arrastrado de las erres que delataba su origen extranjero, me lo confirmó. El reproche que le dirigió al bandido me asustó hasta el punto de que creí que se encontraba dispuesta a dejarme a merced de aquellos ladrones capaces de cualquier cosa.
-El que presume de ser el gran ladrón y asesino de la ciudad de Valencia trae a un mocoso como testigo de sus trapicheos. –Continuó reprochándole la duquesa a Retalls.
-Eso no es problema. Ahora mismo Olí lo hará desaparecer. –Le contestó.
Me eché a temblar y pensé que me quedaba muy poco tiempo de vida.
-¡Eres imbécil! –Le gritó Natasha. –Ni se te ocurra tocarle ni un pelo a este niño. ¿Quieres que se nos echen encima todos los guardias del puerto?
-¿Quién puede reparar en él? –Le insistió Retalls. –Si es un vagabundo.
La duquesa se acercó hasta mí como queriendo mirarme de cerca. En un momento dado le dio la espalda al ladrón y con disimulo me introdujo una nota dentro de la camisa. A continuación, me guiñó un ojo para conferirme una cierta tranquilidad. Me asió de un brazo y zarandeándome prosiguió.
-A este niño lo conozco. Sabe más de todos nosotros que la propia policía.
-Entonces más motivos para matarlo ya. –Dijo Aurelio Retalls.
-Aunque te lo explicase cien veces no lo entenderías nunca. No puedes hacerlo porque si encontrasen su cadáver cerca de aquí sabrían que lo has hecho tú y entonces ya no tendrías ninguna escapatoria.
Aquella actitud enérgica de la duquesa rusa sólo se debía a una estratagema urdida para lograr que me liberasen. Durante unos minutos argumentó y también se contradijo varias veces hasta conseguir sembrar las dudas en aquellos rudos y sanguinarios hombres.
-Lo que tienes que hacer es echarlo de aquí sin hacerle ningún daño para que no pueda decir que lo has maltratado. –Ordenó al lugarteniente de Retalls. –Olí, saca este niño de la barraca y después cargas los paquetes en el carrito. Nos vamos de aquí inmediatamente.
-¿Dónde quieres que lo deje, Petra? –Le preguntó el rudo ladrón.
-Échalo fuera de la barraca.
Dicho y hecho el ladrón volvió a tomarme del brazo como si fuese uno de los fardos que estaba acostumbrado a cargar. Me lanzó en medio de la arena hecho un ovillo.
Me incorporé y comencé a correr con toda la potencia que mis piernas tenían. En mi cabeza resonaban las amenazas del asesino de matarme como si fuese un gusano. El miedo me impulsaba a correr más y más. De pronto oí un sonido extraño a mi espalda. Volví la cabeza y vi que la barraca ardía como una antorcha reseca. Me paré y contemplé extasiado el resplandor de las llamas. Todos huían de la improvisada hoguera como si fuesen espíritus errantes. Entre las figuras distinguí a la duquesa Ivanoff que lo hacía en dirección a otra de las barracas de pescadores contiguas. Y entonces recordé que el malhechor Olí le había llamado Petra. ¿Por qué usaba ese nombre? En la compañía de teatro nunca lo había usado. Aquella mujer resultaba ser una verdadera caja de sorpresas. Siempre tenía algo oculto que le daba un misterio y atractivo con todo lo que tenía que ver con ella. El sonido de un fuerte silbido me sacó de mis pensamientos. Reanudé mi huida, aunque no podía dejar de pensar en la situación tan peligrosa que había vivido. ¿Qué motivo habría impulsado a la duquesa a relacionarse con esos malhechores?
Desorientado y con el miedo en el cuerpo continué corriendo. La oscuridad comenzaba a desvanecerse con los primeros rayos del sol.  Debía alejarme lo antes posible de la playa donde mi vida había corrido tanto peligro. Los bandidos de Retalls me habrían matado sin ninguna contemplación. Aceleré mi carrera completamente a ciegas. De pronto, en mi huida desesperada, escuché el sonido del motor de un automóvil. Se trataba de un camión. Me detuve para recuperar el aliento y también orientarme. Me encontraba cerca de uno de los hangares del puerto. El vehículo se puso en marcha hacia aquel cobertizo. Unos obreros le esperaban para cargar las cajas amontonadas del último desembarco. Respiré aliviado. Son trabajadores, pensé. Ellos no me harán daño, pero también evité que me viesen. El miedo me dominaba. Bordeé el edificio con sigilo y me encaminé hacia la carretera. Debía salir de la playa lo antes posible. Comenzaba a amanecer cuando crucé un cañar en dirección a las primeras casas que avisté. Era el pueblo de la Malvarrosa. Me detuve para contemplar las fachadas iluminadas por los rayos de sol. Se me presentaron ante los ojos como si fuesen la salvación a mis problemas. Miré las puertas y estaban todas cerradas. De nada me hubiese servido llamar y pedir amparo en alguna de ellas. ¿Quién atendería la súplica de un niño de incierta edad como yo? ¿Quién iba a creerme cuando le contase que huía de unos hombres que pretendían matarme? Vi que una de las puertas se abría y asustado reanudé mi huida. Quizás, con la claridad del día, aún tendría alguna ventaja para salir vivo de aquel atolladero en el que me había visto inmerso unos minutos antes. Con paso firme me adentré en las calles del poblado. Comenzaba la actividad en aquellas primeras horas del día. Algunos pescadores regresaban de las faenas del mar y las mujeres les recibían con expresiones de alegría. El pueblo se comportaba ajeno e ignorante a los trapicheos de los contrabandistas de la banda de Retalls.
Reanudé mi sigilosa carrera en dirección a Valencia. Salían muchas mujeres y niños a mi paso, sin embargo, no me detuve por nada ni por nadie hasta cruzar todo el poblado. Caminé en dirección al río. El cansancio hacía mella en mí, no obstante, saqué fuerzas de donde no las tenía para alejarme lo máximo de la playa donde tanto miedo había sentido. Avancé por sendas llenas de barro que bordeaban a los pequeños huertos que separaban los poblados marítimos de la urbe valenciana. Llegué al río. Junto a él vivían algunos mendigos que habían pasado la noche en los bordes del cauce. En ese momento se afanaban por recoger sus pobres pertenencias y salir de allí antes de que algún guardia les detuviese por vagancia y mendicidad.
No podía más. Sentía una gran opresión en el pecho. Necesitaba mojarme la cara para reaccionar, pero no me atreví a bajar hasta el lecho del río. Me sentí indefenso. En ese instante tuve conciencia de que me encontraba solo. El miedo continuaba atenazándome. Opté por andar hasta la Alameda. Allí, en una de las fuentes me mojé las manos y la cara.
-¡Eh! ¡Truhan! ¿Quién te ha dado permiso para tocar mi fuente?
Di un respingo al escuchar aquella voz que me amenazaba. Miré a ver quién me hablaba, pero no vi a nadie.
-¡Eres tonto! Mira bien y me verás, jijiji.
CONTINUARÁ

8 comentarios:

  1. ¡Qué miedo dan los personajes esos, Aurelio y la mujer! La Fuente es preciosa ¡Estará aún allí?

    Yo he conocido ese tipo de barquitas, ya abandonadas...

    Me encantan tus relatos ¿cuántas veces te lo habé dicho? no importa, ahí llevas una más.

    Feliz finde.

    Besos.

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    1. Querida Mari Carmen
      Dímelo siempre que me haces muy feliz.
      Respecto a la fuente sí que existe. Se encuentra en la Alameda de Valencia. Es la fuente de las cuatro estaciones.
      Y sobre los personajes malvados, la duquesa es una gran impostora así que tampoco es tan terrorífica como aparenta.
      Muchas gracias por leer mis relatos y por tus cariñosas palabras.
      Buen fin de semana.

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    2. En mi blog tienes un Premio Dardos para tí. Te lo puedes llevar...
      Besitos.

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    3. Querida Mari Carmen
      muchas gracias por ese premio que sabe a gloria. Sigue con tu magníficas entradas llenas de humor y ternura. Muchas gracias por tu Premio Dardos. Ya he conseguido colocarlo en mi blog. Besos.

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  2. Me ha encantado, eso sí, me has dejado super intrigada, que pasara...

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    1. Hola Pam
      Eso ¿qué pasará? Andreu tiene un reto y es regresar al teatro donde tiene amigos y protección, pero antes... todo puede pasar.
      Muchas gracias por leer y comentar mi relato. Un abrazo

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  3. Madre mía, me has dejado intrigadisima. Me ha encantado, así que espero ansiosa el siguiente. ¡Besos! :D

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    1. Hola Margarita:
      Celebro que te haya gustado. Voy lenta en la elaboración del próximo así que el misterio se hace esperar. Muchas gracias por tus cariñosas palabras. Un abrazo.

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