Andreu
asociaba la imagen de la mar con la de su casa, por eso, a pesar de haber
encontrado a su hermano mayor, Salvador Masobrer, seguía empeñado en encontrar
al resto de su familia, es decir, a su madre y su hermana.
Se
sentía seguro bajo la protección de la compañía de teatro y también estaba
contento de haberse ganado la confianza de alguien más débil que él como lo era
Batiste Sistella, sin embargo, no conseguía apartar su obsesión por volver a su
pueblo marítimo y allí, junto a ese mar que tanta confianza le daba, intentó
buscar a su madre que lo había abandonado en el hospicio.
***
Cerré los ojos. Dejé que el aroma y el sonido de las olas
me guiasen. Me arrullaban. Podía sentirlas cerca de mí. Con ellas me encontraba
tan seguro. Por fin había conseguido llegar hasta mi pueblo junto al mar.
La brisa marina llenaba mis pulmones. Respiré aliviado. Mi desasosiego
desapareció. La luz del amanecer se filtró por mis párpados incitándome a
abrirlos. Una sensación de alivio me invadió por el constante movimiento del
mar. Habría permanecido así todo el día de no haber escuchado aquellas
voces. Abrí los ojos y unas siluetas se recortaron en el horizonte. Los
reconocí al instante. Mi primer impulso fue huir de allí, pero el miedo me
paralizó. Como pude me escondí junto a un bote que estaba volcado en la arena.
Pensé que con un poco de suerte ellos no me verían.
Escuché unos gritos. Procedían de la playa. Se acercaba una
pequeña embarcación. Dos marineros remaban con gran brío. Dos de los
hombres que corrían se dirigieron hacia la barca. Se lanzaron al agua para
tirar del bote y acercarlo hasta la playa. Entre los cuatro lo encallaron en la
arena. Desde mi escondite pude ver a un tercero que se aproximaba lentamente.
Lo reconocí al instante. La escuálida e inconfundible sombra, dibujada por su
traje de chaqueta cruzado y su sombrero hundido en la cabeza, era la de Aurelio
Retalls. El pánico se apoderó de mí. Instintivamente me encogí aún más en
mi improvisado refugio. Noté como me temblaban las rodillas y no era por el
frío. Sabía de lo que era capaz aquel bandido.
Los marineros sacaron de la barca unos fardos que los secuaces de Retalls
les quitaron de las manos con brusquedad. A continuación, uno de los
contrabandistas empuñó una navaja y cortó las cuerdas que ataban los bultos. Lo
hizo con tal violencia que un saquito salió despedido del resto del fardo. Una
especie de polvo blanco se vertió sobre la arena de la playa.
-¡Melenas!
eres un manazas. Has tirado la mercancía. –Le riñó su jefe. –Eso vale más que
tu vida.
Aquellas
palabras aún me asustaron más y me cubrí la cabeza entre las manos para
convertirme en un ovillo, pero de nada me sirvió. Una mano como una tenaza me
atrapó por el antebrazo. Se trataba de Ginés Olí, el lugarteniente de
Retalls. Enfurruñado como me encontraba no lo había oído llegar.
-¡Eh!,
mirad qué renacuajo termino de pescar. –Gritó aquel hombre de cara redonda y
fuertes manos.
Me
levantó por los aires con su impresionante fuerza colocándome delante de
Aurelio.
-Nos
espiaba detrás de esta barca. –Gritó mientras apretaba más su mano sobre mi
brazo. Me hacía mucho daño.
-Yo
no espiaba a nadie, señor. –Dije en mi defensa. –Cuando ustedes llegaron yo ya
estaba aquí.
Os
puedo asegurar que fueron los minutos más angustiosos de mi vida. El jefe de la
banda, Aurelio Retalls, me miró detenidamente.
-Por
favor señor, déjeme ir. No he hecho nada. Se lo suplico. –Gimoteé por el dolor
y el miedo.
El
pánico me hacía implorar por mi vida. Sabía que quien caía en sus manos no
valía nada. Cuando el jefe de los bandidos habló pronunció unas secas y
cortantes palabras que resonaron en mis oídos como verdaderos martillazos.
-Creo
que te conozco.
Mientras
tanto, sus secuaces cargaban en sacos los bultos que habían descargado de la
barca. Fue Ginés el encargado de arrastrarme hasta una barraca medio derruida
entre la playa y las casas del poblado marítimo.
Por
mi cabeza pasaron las imágenes de todos vosotros y la triste idea de que nunca más
os volvería a ver. Ginés me tiró en un rincón como si fuese uno de los bultos
que había descargado. Quedé arrinconado junto a una chimenea cuya lumbre todavía
resplandecía. Me acurruqué. Sentí el calorcito de las brasas. Casi no tuve
tiempo de reaccionar porque los contrabandistas descargaron los sacos en medio
de aquel destartalado espacio. Dentro de la barraca les esperaba una mujer. La
penumbra que dominaba en aquel pequeño espacio escondía su rostro y sólo la
reconocí cuando habló. Fue tal la sorpresa que, por unos instantes, pensé que
se trataba de una ilusión propia de mi imaginación. El jefe se dirigió a la
mujer.
-Hoy
no te quejarás por la cantidad. –Dijo con voz potente y opaca. –El cargamento
ha llegado completo. ¿Cuánto crees que nos darán por él?
-Aurelio
sabía que eras estúpido, pero no imaginaba hasta qué punto. –Le increpó la
mujer- ¿Cómo se te ocurre traer a un testigo de lo que hacemos? ¿Ahora le
faltará el tiempo para delatarnos?
Durante
unos segundos dudé sobre ella. Por su aspecto físico hubiese afirmado que se
trataba de Natasha Ivanoff, la duquesa rusa y novia de Edelmiro Bartha, sin
embargo, su menosprecio hacia mí me hizo dudar de que lo fuese. Volví a mirarla
y cuando ésta habló, con su inconfundible arrastrado de las erres que delataba
su origen extranjero, me lo confirmó. El reproche que le dirigió al bandido me
asustó hasta el punto de que creí que se encontraba dispuesta a dejarme a
merced de aquellos ladrones capaces de cualquier cosa.
-El
que presume de ser el gran ladrón y asesino de la ciudad de Valencia trae a un
mocoso como testigo de sus trapicheos. –Continuó reprochándole la duquesa a
Retalls.
-Eso
no es problema. Ahora mismo Olí lo hará desaparecer. –Le contestó.
Me
eché a temblar y pensé que me quedaba muy poco tiempo de vida.
-¡Eres
imbécil! –Le gritó Natasha. –Ni se te ocurra tocarle ni un pelo a este niño.
¿Quieres que se nos echen encima todos los guardias del puerto?
-¿Quién
puede reparar en él? –Le insistió Retalls. –Si es un vagabundo.
La
duquesa se acercó hasta mí como queriendo mirarme de cerca. En un momento dado
le dio la espalda al ladrón y con disimulo me introdujo una nota dentro de la
camisa. A continuación, me guiñó un ojo para conferirme una cierta
tranquilidad. Me asió de un brazo y zarandeándome prosiguió.
-A
este niño lo conozco. Sabe más de todos nosotros que la propia policía.
-Entonces
más motivos para matarlo ya. –Dijo Aurelio Retalls.
-Aunque
te lo explicase cien veces no lo entenderías nunca. No puedes hacerlo porque si
encontrasen su cadáver cerca de aquí sabrían que lo has hecho tú y entonces ya
no tendrías ninguna escapatoria.
Aquella
actitud enérgica de la duquesa rusa sólo se debía a una estratagema urdida para
lograr que me liberasen. Durante unos minutos argumentó y también se contradijo
varias veces hasta conseguir sembrar las dudas en aquellos rudos y sanguinarios
hombres.
-Lo
que tienes que hacer es echarlo de aquí sin hacerle ningún daño para que no
pueda decir que lo has maltratado. –Ordenó al lugarteniente de Retalls. –Olí,
saca este niño de la barraca y después cargas los paquetes en el carrito. Nos
vamos de aquí inmediatamente.
-¿Dónde
quieres que lo deje, Petra? –Le preguntó el rudo ladrón.
-Échalo
fuera de la barraca.
Dicho
y hecho el ladrón volvió a tomarme del brazo como si fuese uno de los fardos
que estaba acostumbrado a cargar. Me lanzó en medio de la arena hecho un
ovillo.
Me
incorporé y comencé a correr con toda la potencia que mis piernas tenían. En mi
cabeza resonaban las amenazas del asesino de matarme como si fuese un gusano.
El miedo me impulsaba a correr más y más. De pronto oí un sonido extraño a mi
espalda. Volví la cabeza y vi que la barraca ardía como una antorcha reseca. Me
paré y contemplé extasiado el resplandor de las llamas. Todos huían de la
improvisada hoguera como si fuesen espíritus errantes. Entre las figuras
distinguí a la duquesa Ivanoff que lo hacía en dirección a otra de las barracas
de pescadores contiguas. Y entonces recordé que el malhechor Olí le había
llamado Petra. ¿Por qué usaba ese nombre? En la compañía de teatro nunca lo había
usado. Aquella mujer resultaba ser una verdadera caja de sorpresas. Siempre
tenía algo oculto que le daba un misterio y atractivo con todo lo que tenía que
ver con ella. El sonido de un fuerte silbido me sacó de mis pensamientos. Reanudé
mi huida, aunque no podía dejar de pensar en la situación tan peligrosa que
había vivido. ¿Qué motivo habría impulsado a la duquesa a relacionarse con esos
malhechores?
Desorientado
y con el miedo en el cuerpo continué corriendo. La oscuridad comenzaba a desvanecerse
con los primeros rayos del sol. Debía
alejarme lo antes posible de la playa donde mi vida había corrido tanto
peligro. Los bandidos de Retalls me habrían matado sin ninguna contemplación. Aceleré
mi carrera completamente a ciegas. De pronto, en mi huida desesperada, escuché
el sonido del motor de un automóvil. Se trataba de un camión. Me detuve para recuperar
el aliento y también orientarme. Me encontraba cerca de uno de los hangares del
puerto. El vehículo se puso en marcha hacia aquel cobertizo. Unos obreros le
esperaban para cargar las cajas amontonadas del último desembarco. Respiré
aliviado. Son trabajadores, pensé. Ellos no me harán daño, pero también evité
que me viesen. El miedo me dominaba. Bordeé el edificio con sigilo y me
encaminé hacia la carretera. Debía salir de la playa lo antes posible. Comenzaba
a amanecer cuando crucé un cañar en dirección a las primeras casas que avisté.
Era el pueblo de la Malvarrosa. Me detuve para contemplar las fachadas
iluminadas por los rayos de sol. Se me presentaron ante los ojos como si fuesen
la salvación a mis problemas. Miré las puertas y estaban todas cerradas. De
nada me hubiese servido llamar y pedir amparo en alguna de ellas. ¿Quién
atendería la súplica de un niño de incierta edad como yo? ¿Quién iba a creerme
cuando le contase que huía de unos hombres que pretendían matarme? Vi que una
de las puertas se abría y asustado reanudé mi huida. Quizás, con la claridad
del día, aún tendría alguna ventaja para salir vivo de aquel atolladero en el
que me había visto inmerso unos minutos antes. Con paso firme me adentré en las
calles del poblado. Comenzaba la actividad en aquellas primeras horas del día. Algunos
pescadores regresaban de las faenas del mar y las mujeres les recibían con
expresiones de alegría. El pueblo se comportaba ajeno e ignorante a los
trapicheos de los contrabandistas de la banda de Retalls.
Reanudé
mi sigilosa carrera en dirección a Valencia. Salían muchas mujeres y niños a mi
paso, sin embargo, no me detuve por nada ni por nadie hasta cruzar todo el
poblado. Caminé en dirección al río. El cansancio hacía mella en mí, no
obstante, saqué fuerzas de donde no las tenía para alejarme lo máximo de la
playa donde tanto miedo había sentido. Avancé por sendas llenas de barro que
bordeaban a los pequeños huertos que separaban los poblados marítimos de la
urbe valenciana. Llegué al río. Junto a él vivían algunos mendigos que habían
pasado la noche en los bordes del cauce. En ese momento se afanaban por recoger
sus pobres pertenencias y salir de allí antes de que algún guardia les
detuviese por vagancia y mendicidad.
No
podía más. Sentía una gran opresión en el pecho. Necesitaba mojarme la cara para
reaccionar, pero no me atreví a bajar hasta el lecho del río. Me sentí
indefenso. En ese instante tuve conciencia de que me encontraba solo. El miedo
continuaba atenazándome. Opté por andar hasta la Alameda. Allí, en una de las
fuentes me mojé las manos y la cara.
-¡Eh!
¡Truhan! ¿Quién te ha dado permiso para tocar mi fuente?
Di
un respingo al escuchar aquella voz que me amenazaba. Miré a ver quién me hablaba,
pero no vi a nadie.
-¡Eres
tonto! Mira bien y me verás, jijiji.
CONTINUARÁ
¡Qué miedo dan los personajes esos, Aurelio y la mujer! La Fuente es preciosa ¡Estará aún allí?
ResponderEliminarYo he conocido ese tipo de barquitas, ya abandonadas...
Me encantan tus relatos ¿cuántas veces te lo habé dicho? no importa, ahí llevas una más.
Feliz finde.
Besos.
Querida Mari Carmen
EliminarDímelo siempre que me haces muy feliz.
Respecto a la fuente sí que existe. Se encuentra en la Alameda de Valencia. Es la fuente de las cuatro estaciones.
Y sobre los personajes malvados, la duquesa es una gran impostora así que tampoco es tan terrorífica como aparenta.
Muchas gracias por leer mis relatos y por tus cariñosas palabras.
Buen fin de semana.
En mi blog tienes un Premio Dardos para tí. Te lo puedes llevar...
EliminarBesitos.
Querida Mari Carmen
Eliminarmuchas gracias por ese premio que sabe a gloria. Sigue con tu magníficas entradas llenas de humor y ternura. Muchas gracias por tu Premio Dardos. Ya he conseguido colocarlo en mi blog. Besos.
Me ha encantado, eso sí, me has dejado super intrigada, que pasara...
ResponderEliminarHola Pam
EliminarEso ¿qué pasará? Andreu tiene un reto y es regresar al teatro donde tiene amigos y protección, pero antes... todo puede pasar.
Muchas gracias por leer y comentar mi relato. Un abrazo
Madre mía, me has dejado intrigadisima. Me ha encantado, así que espero ansiosa el siguiente. ¡Besos! :D
ResponderEliminarHola Margarita:
EliminarCelebro que te haya gustado. Voy lenta en la elaboración del próximo así que el misterio se hace esperar. Muchas gracias por tus cariñosas palabras. Un abrazo.