sábado, 24 de marzo de 2018

LA CONTADORA DE HISTORIAS

Para Pamela


LA CONTADORA DE HISTORIAS
La contadora de historias dijo no.
-Nunca más contaré una historia con un final triste.
-Pero ya sabes que no todas terminan bien. -Le dijo la niña pelirroja que le escuchaba con gran atención.
-Pues cambiaré los finales para que sean tan felices como yo quiera. –Afirmó, la contadora, con decisión. -No voy a permitir que nadie llore al final de cada uno de mis relatos. Concluyó con audacia.
Anocheció. Todos se fueron preocupados a sus casas. Aquella contestación tan rotunda no era propia de la contadora que les tenía acostumbrados a complacerles en cuanto le solicitaban. Al día siguiente, los niños corrieron impacientes al lugar donde solían reunirse con la contadora para que ésta les narrase un nuevo relato. Esperaron su llegada con impaciencia. La contadora de historias llegó con su habitual sonrisa y se cercioró de que los niños y niñas ya se habían dispuesto a su alrededor cómodamente.
 -Cuéntanos otra historia de esas que tanto nos gusta escuchar. -Le pidió uno de los niños.
-Bien, lo haré.
La contadora carraspeó para lograr el silencio de todos los que le escuchaban y así poder conseguir el ambiente que deseaba para su nuevo relato. 
-En un país, en el que nadie podía dormir, vivía un lirón. Éste dormía a pierna suelta, haciendo honor a su fama de dormilón. Los vecinos, preocupados por el insomnio que toda la comunidad sufría, comentaban la facilidad con la que éste conciliaba el sueño fuese de día o de noche. Lo que empezó como un comentario de curiosidad, poco a poco, se convirtió en un reproche en boca de todos los vecinos que encerraba un tono envidioso al tener que escuchar los continuos ronquidos del dormilón. El lirón, ajeno a las habladurías y las críticas de los insomnes, dormía sin ser consciente de la controversia que su descanso levantaba entre ellos.  De nada servía que murmurasen cuando pasaban junto a su ventana o la puerta de su casa, pues, su profundo sueño, le permitía aislarse de todas las críticas debidas a sus constantes ronquidos.
Cuando el lirón se despertaba se afanaba por acicalarse y salir a la calle y preocuparse de su huerta que cuidaba con esmero y grandes rendimientos. Aquella pequeña parcela estaba muy bien cultivada. Al lirón le servía de sustento; se preocupaba por mantenerla limpia y en condiciones para que sus cosechas funcionasen y le diesen los frutos que necesitaba y así era autosuficiente. Trabajaba unas horas y, cuando se sentía cansado, se sentaba, a la sombra de un hermoso olivo, para recuperar las fuerzas e, incluso, llegaba a dormitar después de haberse comido el almuerzo.
Cuando sus vecinos dejaron de saludarle, incluido el alcalde que vivía muy cerca de su casa y que ni le respondía a sus gestos de buena vecindad, el lirón, no le dio ninguna importancia; pensó que todo se debería a que andaban preocupados en sus asuntos o despistados por la falta de sueño. Pero día tras día, sus vecinos, se comportaban de manera cada vez más grosera con él y, a partir de ese instante, comenzó a preocuparse por esa actitud agresiva. El inocente lirón, que no comprendía el mutismo de éstos ante sus continuos saludos, siguió con su vida sencilla de trabajo y descanso reparador, aunque entristecido por la situación de aislamiento. Pasaron los días y el vacío de los insomnes hacia el descansado lirón se hacía cada vez más patente, sin embargo, éste, ajeno a las críticas, no dejaba de perder ni una hora de su profundo sueño.
Un día, cuando el nerviosismo y la envidia ya se habían adueñado de los insomnes, éstos comenzaron a tramar un plan con el fin de poder echar al lirón dormilón del pueblo.
-¡Qué se vaya! –Dijo el alcalde. –En este pueblo no es grata su presencia. Lo único que hace es llenarnos de ronquidos y mal humor a los que ya no podemos dormir.
-Sí, expulsémoslo –gritó otro de los vecinos. –Su sueño y tranquilidad nos irrita.
Y todos corearon su decisión de echarlo del pueblo por el mero hecho de que el lirón durmiese a pierna suelta y ellos no lo consiguiesen.
-Conciudadanos, el problema es que no tenemos argumentos para poder hacerlo. Él está en su casa. –Prosiguió el alcalde en su discurso contra el durmiente. –Tendríamos que tener una razón amparada por nuestra ley para lograrlo legalmente.
-Yo os la encontraré.
Todos volvieron la cabeza para ver quién habló desde la puerta de la sala de reuniones.
Se trataba de una sombra de alguien desconocido. Debía de ser un forastero. Nadie le había visto antes en el pueblo. Los insomnes vecinos lo miraron con asombro y con algo de temor ante su aspecto sombrío y fiero. Era casi imposible lograr adivinar cuál era su auténtico rostro, pues, cuando alguno de los vecinos se atrevía a mirarle fijamente a la cara, se asustaba al verse reflejados en ella como si de un espejo se tratase.
-Era un fantasma –Gritó uno de los niños que escuchaban a la contadora de historias.
-No, no te precipites. –Le respondió ella. –Si tienes un poco de paciencia pronto lo averiguarás.
-Eso –apuntó la niña pelirroja. –Deja que sea la contadora la que nos cuente la historia.
-Prosigo. –Dijo la contadora con una sonrisa. –Aquella sombra, con forma humana, logró convencer, a cada uno de los habitantes insomnes, de que lo que tenían que hacer era otorgarle todo el poder de la población y así, con su magia, lograría que el lirón se fuese abrumado por la soledad a la que se vería sometido.
Aquel discurso que, a otros que no estuviesen influidos por la envidia, les habría parecido inconsistente y falso, para los vecinos insomnes, resultó creíble; eran las palabras que deseaban escuchar. Lentamente, ese mensaje de odio, fue calando en el ánimo de ellos que deseaban más que el lirón se marchase tan sólo por el mero hecho de poder conciliar el sueño.
Los días se sucedían y el sombrío personaje se agrandaba con cada una de las concesiones que los habitantes del pueblo le daban. Los insomnes se volvían un poco más minúsculos con cada una de sus exigencias.
-¿Y el lirón? –Interrumpió, uno de los niños, a la contadora de historias. -¿Qué le ocurría al dormilón?
-El seguía con su vida tranquila ajeno a las artimañas de la sombra. Continuaba durmiendo y viviendo de su huerta, aunque se sentía un poco triste al ver a sus vecinos taciturnos y oscos con él.
Un día, mientras sesteaba sentado debajo de su olivo, vio al alcalde, su vecino más próximo, acompañado por lo que se le antojó ser una extraña figura negra y oscura. Aquella sombra gigante parecía que en cualquier instante se lo tragaría. El lirón se asustó y preocupado por su vecino se incorporó y corrió en su ayuda. A medida se acercaba se dio cuenta de que la forma oscura y agigantada se desvanecía y que el alcalde se caía al suelo.
-¡Vecino! ¡Vecino! –Le gritó el lirón –¿Te ocurre algo? ¿Puedo ayudarte?
Éste no le respondió porque se cayó al suelo desmayado. El lirón corrió a socorrerle. Lo encontró pálido y paralizado. Lo tomó de un brazo y lo incorporó. Con lentitud lo arrastró unos pasos hasta sentarlo bajo la sombra de su olivo.
¿Te encuentras mejor, vecino? –Le preguntó el lirón ofreciéndole un sorbo de agua fresquita. – Y así permaneció junto el alcalde hasta que volvió en sí. Le obsequió con algunos de los frutos de su huerto y refrescándole la frente, para que éste se recuperase del desvanecimiento.
-¿Y el alcalde le habló? –Preguntó intrigada la niña pelirroja.
-Deja que sea la contadora la que nos lo explique. –Le replicó el niño que antes ella había amonestado por su curiosidad.
-A medida que los sorbitos de agua y las amables palabras del lirón fueron haciendo efecto, el alcalde, se recuperó y le volvió el color a las mejillas y el ánimo de hablar. Al principio, sólo contestó con monosílabos, pero contagiado por el risueño y alegre dormilón comprendió que sus atenciones sólo pretendían ayudarle y agasajarle y que no era tan malvado como pensaba. Pasó un buen rato escuchándole y, lentamente, con la suave brisa que movía las ramas de aquel majestuoso olivo, el alcalde se adormeció hasta caer en un reparador sueño.
Cuando se despertó se encontró con que el lirón le había cubierto con una manta para que no se enfriase y que éste le acompañaba, dormido también, a su lado. El alcalde se levantó y sin despertar al lirón, lo cubrió con la manta y se marchó a su casa.
Por el camino recapacitó con lo sucedido. El alcalde consideró que había juzgado mal a su vecino. Sin conocerlo lo había convertido en su peor enemigo y sólo porque éste sí podía conciliar el sueño y él no. Cuando llegó a casa se tumbó en la cama. Creía que no volvería a dormir más, pero se sorprendió al comprobar que el sueño le vencía. Durmió profundamente durante toda la noche.
Al día siguiente, el alcalde, se levantó de buen humor y con el ánimo renovado. Abrió la ventana de su habitación y vio que el sombrío personaje rondaba a otros de los vecinos y, entonces, lo comprendió todo. Su envidia hacia el lirón, se había materializado en aquella sombra que les había oscurecido los sentimientos. La mejor forma de destruirla era acercarse hasta su vecino dormilón y hablar con él para conocerle y así romper ese insomnio que les había convertido en envidiosos y malvados.
-¿Y cómo lograron deshacerse de esa sombra? –Dijo el niño que no podía esperar a que la contadora de historias concluyera con el relato.
-Muy sencillo –le respondió la niña pelirroja. –Con una fiesta.
La contadora de historia sonrió y dijo:
-No era exactamente el final que pretendía darle a esta historia, pero, como ya os dije ayer, los finales de mis relatos no serán tristes, y tú has dado una buena respuesta.
El lirón preparó una suculenta comida con algunas de las hortalizas y frutas de su huerta. Algunos vecinos también prepararon dulces y todos comieron debajo del olivo. Aquel día, disfrutaron de la comida y de la amena compañía del lirón.
 -¿Y la sombra? –Preguntó el niño intrigado. -¿Qué pasó con ella?
-Desapareció.


domingo, 18 de marzo de 2018

ADELA MARGOT, LA MONOLOGUISTA FALLERA


Entre 1917 y 1919, la mayoría de los países europeos, se encontraban enzarzados en la contienda que pasó a denominarse: La Gran Guerra. Además, en el frío y lejano reino de los zares,  La Revolución Bolchevique, vivía su momento álgido. Parecían hechos distantes y lejanos, pero ¿hasta qué punto estos hechos afectaban a la aparentemente indiferente España? Digo lo de aparente porque, a pesar de su manifiesta neutralidad, en realidad, sólo se trataba de una postura oficial de sus gobernantes, pues, con el paso del tiempo, se ha demostrado que fue una postura ambigua.
Un claro exponente de la rica economía de la ciudad lo constituía el puerto de la ciudad de Valencia. Sus continuos movimientos de exportación se unían a la actividad comercial europea que, en el aspecto económico se enriquecía con la contienda, prueba de ello lo fue la floreciente economía que se mantuvo, tanto en la ciudad, como en los poblados marítimos que prosperaron durante esos años. Su postura siempre fue bifronte,  por una parte demostró una afinidad germanófila y, además, seguía conectada con el resto de países aliados manteniendo buenas relaciones comerciales. Como curiosidad, indicar que el precio de la exportación de las naranjas, comercio floreciente durante esos años, se realizaba con el valor de la libra esterlina y nunca con pesetas. No me voy a extender en cuestiones históricas y sociales, pues hay mejores expertos que yo que han analizado estos aspectos, no obstante, sí quiero comentar una faceta demasiado olvidado de la vida espectacular de Valencia.

La  boyante economía  tenía, por supuesto, su reflejo en la vida espectacular de la ciudad. Alrededor de una veintena de teatros se concentraban entre el centro histórico y la periferia de la ciudad. Eran edificios construidos entre el siglo XIX y el XX que oscilaban entre los de gran capacidad para albergar a un público de clases algo más pudientes, junto a los de menores dimensiones que no por ello dejaban de ser menos populares e importantes. Todos tenían un público muy definido. Por supuesto, las compañías locales actuaban en sus escenarios con obras, casi siempre de corte popular como los sainetes, los juguetes cómicos y los monólogos, es decir, piezas cortas que resultaban ser las favoritas de los espectadores, tanto de la ciudad, como de los pueblos de la huerta que acudían a sus dobles e incluso triples sesiones.
Estas piezas escritas por autores, populares del momento donde destacaban los hermanos Álvarez Quintero o Jacinto Buenamente  en castellano, o Francisco Barchino o Fausto Hernández Casajuana en valenciano, entre otros; las piezas cortas de carácter cómico, en su mayoría, llenaban los escenarios, tanto los de los teatros como el Principal, el Eslava o el Ruzafa, pero también los pequeños locales, como el Salón Novedades o la Sala Ba-ta-clán, entre otras. Su puesta en escena significaba el lucimiento de un primer actor o primera actriz y el aplauso de un público entregado a ese tipo de teatro de autor contemporáneo. Este tipo de espectáculos era jocoso, y, al mismo tiempo, con todos los tópicos del género. Dentro de esta maraña de autores y actores conocidos también se encontraban los locales, es decir, los que hacían un teatro propio de la ciudad.
El humor socarrón de los propios valencianos era llevado a las tablas por compañías locales. Y entre todas ellas, destacaba la figura de una artista: Adela Margot. Durante el año 1919, actuó en el pequeño Salón Eden-Concert con un repertorio de pequeños monólogos de los que, algunos de ellos, ella declaraba ser la autora. Los títulos  de sus piezas breves hacían referencia a la situación del momento y sorprenden por la ironía de los mismos: La bolcheviki, Agua, ¡Abajo los hombres!, ¡Abajo la sicalipsis!, Aspiración femenina, Una diputada en el año 2000, entre otros. Su fama ya venía de mucho antes y, de hecho, se le conocía por su ruidosa presencia en todos los eventos de la ciudad, incluidas las Fallas de 1912.

La polémica actriz protagonizó el ninot central del monumento de la falla de la plaza del doctor Collado. Margot aparecía actuando en un escenario ante un público entregado. En realidad, la razón de la polémica, más que por la propia actriz se debió por el público que también formaba parte de los ninots de la falla que reproducían los rostros de los habituales clientes de los espectáculos de Adela Margot. La identificación de éstos provocó el escándalo y  la polémica hasta el punto de obligar, a los responsables de la obra, a tener que sustituir las cabezas de algunos por caras neutras y evitar el escarnio público de éstos.
Margot fue todo un símbolo de aquello que tanto se admiraba y también  de lo que se ocultaba, tanto en la vida espectacular como en la social de la ciudad.