sábado, 30 de septiembre de 2017

LA LÁPIDA DE LLÀTZER



En su familia la muerte era el tema favorito de conversación. En realidad, lo que realmente les preocupaba no era el momento sino la ceremonia final. No había comida, cena o reunión donde no se comentase cómo prepararían, cada uno, su último viaje. Todos los hermanos participaban de esa obsesión, pero Llàtzer, en particular, era el que más preocupado se mostraba.
Llàtzer era el cuarto hermano de los siete que habían conseguido sobrevivir. No era ni mejor ni peor que los otros, pero sí se distinguía del resto por su espíritu aventurero. Un día les dijo que que antes de irse al otro mundo, debía conocer mundo, por eso, se fue como voluntario a la Legión así podría salir de su pueblo y, a su vez, cumplir con su patria. La disciplina militar le gustó. Se parecía a la de su casa, pero tampoco pensó que su destino estaba en el ejército, por eso, una vez se licenció se dedicó a viajar. Durante más de dos años recorrió la península y el norte de África. Decía que quería conocer su amado país, ese por el que estaba dispuesto a dar hasta su última gota de sangre, como buen legionario que se sentía.
Cansado de viajar regresó al pueblo y a su trabajo de carretero. A partir de ese instante sólo dejaría transcurrir su vida hasta que llegase su muerte, esa la que tanto había hablado y debía preparar muy bien. Todos los días semejaban ser iguales, pero aquel día, cuando regresaba de uno de los transportes que solía efectuar al puerto de Valencia, marcó el resto de sus días. Con el carro vacío, tirado por su querida jaca Rubia, el camino se angostaba y casi anochecía en el instante en el que se levantó un viento feroz, revuelto, desagradable, que lo revolvía todo a su paso. Rubia, movió las orejas en señal de precaución y miedo por la tormenta que se avecinaba. Llàtzer comprendió el gesto del animal y la animó a continuar a que acelerase el paso con unos cuantos gritos al compás de unos golpes que le propinó con las riendas. Calculó mentalmente la distancia y el tiempo que disponía para recorrerlo antes de que la lluvia hiciese acto de presencia y pensó que podía llegar a su casa antes de la tormenta, sin embargo, se equivocó. El cielo se oscureció en pocos segundos y los primeros truenos se dejaron oír como si fuesen el rugido de un animal feroz que se despierta de un letargo involuntario.
Rubia, la yegua, resoplaba, nerviosa por los relámpagos que se dibujaban delante de ella. Aceleró el trote. Esos fogonazos secos y llenos de luz le asustaban. El animal dio un respingo cuando aquel árbol cayó delante de sus patas. Llàtzer, que en ese momento estaba de pie animándole a que corriese más, perdió el equilibrio y, aunque tenía  las riendas firmemente asidas, no pudo evitar caer al camino. Fue un golpe seco que resonó como si un saco pesado golpease el suelo. Todo el peso de su cuerpo se concentró en su cadera derecha. Sintió el tronzar del hueso cuando se le partió y, a continuación, un fuerte dolor le hizo casi perder el sentido.
Aquella tormenta cambió el rumbo de su vida. Su cadera reparada, le propinó varias secuelas y entre ellas el que su pierna derecha fue más corta que la otra, aunque tampoco le importó demasiado. Llàtzer dejó de trabajar. Vendió su carro y a su jaca Rubia. La pensión vitalicia que le concedieron por el accidente era lo suficiente para continuar con su forma de vida sencilla. A partir de ese instante, sólo se dedicaría a pensar y preparar su último viaje, pero, por supuesto, este debía tardar lo suficiente como para tenerlo todo previsto.
Pasaba los días sentado a la puerta de su casa, en invierno lo hacía buscando el sol y en verano la sombra. Charlaba con los vecinos y los transeúntes y siempre permanecía acompañado por su música favorita que eran las canciones de Manolo Escobar.
Los vecinos se habían acostumbrado a su presencia así como a sus continuos pronósticos del tiempo acompañados por los acordes de los pasodobles escobares. La convivencia de esa cotidianeidad se convirtió en la amable rutina de cada día.
A pesar de su siempre alegría por la vida, la obsesión por la preparación de lo que sería su última morada, nunca le abandonó. Entre las cosas que más le preocupaba, hasta quitarle el sueño, era la lápida de su sepulcro. Estuvo varios meses pensando qué motivo escultórico pondría en el centro y la frase que le acompañaría para que le recordasen siempre. Habló y consultó con el marmolista sobre cuál sería la mejor imagen y por fin, encontró la solución a ese dilema. El boceto le gustó. En la parte central iría una imagen de Lázaro, el amigo favorito de Jesús, muerto y resucitando obediente ante su reclamo. Le fascinó la idea. Pensaba que aquella imagen debía de ser muy real y así, los que visitasen el cementerio, pensarían que el muerto y enterrado, que sería él, se incorporaría en el acto cuando Jesús le visitase. Además, a aquella imagen le hacía falta una frase que fuese sonora e impactante. Después de unas cuantas noches pensándolo y de discutirlo con sus hermanos y con el marmolista, al final dio con la clave:
“Aquí yace Llàtzer, rogad por su alma.”
Le pareció redonda, aunque hubiese preferido que ésta llevase su marca, es decir, escribirla a su manera. Al marmolista le costó bastante hacerle comprender que no podía escribir el verbo “yacer” con ‘ll’ por mucho que se empeñase, pues él no estaba dispuesto a cometer una falta de ortografía a sabiendas. Habría sido un descrédito para su negocio, le dijo.
Por fin, cuando la lápida estuvo lista, Llàtzer no faltó, ni un día, a visitarla. El picapedrero la guardaba en su almacén protegida con una bandera nacional que él conservaba de sus años de legionario. Todas las tardes pasaba unos minutos sentado frente a ella. En su mente recreaba cómo quedaría puesta sobre su nicho. Una vez satisfecha su imaginación, la volvía a cubrir con la enseña roja y gualda y se iba a su casa, contento por tenerlo todo ya resuelto y bien hecho. Todo estaba listo para cuando llegase ese último viaje.
Por desgracia, una mala enfermedad hizo que no tardase muchos años en llegar ese momento y tal como él le había indicado a su hermana más pequeña, todo se llevó a cabo tal y como lo programado. Todo se hizo como él deseó, salvo un detalle. Cuando su hermana fue al almacén del marmolista para ver la lápida que Llàtzer había encargado, la miró horrorizada. Aquella imagen de un muerto levantándose le pareció macabra. Sin ninguna contemplación, por estar quebrantando la voluntad de su fallecido hermano, ordenó que se hiciese una nueva, sin ninguna imagen bíblica. Debía figurar sólo el nombre, la fecha de nacimiento y la muerte.

La decisión de su hermana no pudo ser discutida por Llàtzer que tan preocupado estaba por no pasar desapercibido en el campo santo, pero lo cierto es que cuando llega la fiesta de Todos los Santos, nadie se detiene ante su lápida.

10 comentarios:

  1. Hola Francisca, bueno pese a tratarse de entrada singular en el tema, me sigues asombrando la creatividad e imaginación, siempre te lo diré.
    No cabe duda que hay gente con ciertas manías lúgobres...
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Mari Carmen
      Me he criado con gente sencilla que, entre sus temas favoritos, estaba 'la otra vida'. A algunos puede sonarle extraño el tema, incluso morboso, sin embargo, yo lo encuentro hasta cómico. Muchas gracias Mari Carmen por tus cariñosas palabras. Un abrazo.

      Eliminar
  2. De Pili Fernandez Coliflor Hola Francisca. Me ha gustado este relato. Yo no he vivido en mi entorno ese tipo de preferencias de conversación así que me ha parecido interesante. Para mí es una historia muy triste y desde luego muy bien contada. Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pili Fernandez Coliflor, muchas veces, cuando en una reunión de esos que dicen ser muy cinéfilos hablan sobre las películas de Almodovar suele salir el tema de la muerte como uno de los que consideran más originales. Me da risa escuchar esos comentarios porque no saben lo que es una reunión de mujeres preocupadas por comprar el mejor nicho del cementerio, donde dé menos el sol o se esté en mejor posición para la fiesta de Todos los Santos. Esas conversaciones han sido corrientes y normales en mi entorno, por eso pensé que debía contarlo, con una pizca de humor, aunque creo que no lo he conseguido. Muchas gracias por leer mis relatos amiga. Un abrazo.

      Eliminar
  3. Madre mía, que historia más impactante. Me encanta como escribes, vas llevando al lector en un paseo por tus palabras, pero además, estos desenlaces te dejan pensando y pensando.
    Muchos besos amiga :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querida amiga Margarita,
      el placer de saber que disfrutáis con mi imaginación es algo que me emociona. Muchas gracias por leer mis relatos y por dar un paseo por mi imaginación. Un abrazo.

      Eliminar
  4. Gràcies, Paqui. M'ha encantat el teu relat tan ben escrit i tan interessant.
    A mí em crida l'atenció com la gent parla molt sobre la mort, en el meu entorn sent parlar de les persones que han mort o els falta poc per a eixe moment.

    ResponderEliminar
  5. Sí, Susi, a la nostra cultura és molt normal parlar de la mort com una cosa de tots els dies, per aixó he parlat d'aquest tema en el relat. Moltes gràcies per llegir i comentar les meues ocurrències. Besets.

    ResponderEliminar
  6. hola! por fin encuentro a alguien a quien no aterrorice la muerte o los cementerios! tambien nos criamos en familias donde se iba al cementerio los domingos a visitar a los tios y abuelos, y hoy en dia lo sigo haciendo hallando consuelo y paz, sin terror. Tu relato es magnifico y pobrecito! se quedo sin su lapida, visitara a su hermana y se lo dira? para otro relato, quedas compartida! saludosbuhos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Amigas,
      En mi entorno hablar de la muerte y su destino final es natural, por eso no considero morboso hablar de ese tema con tono jocoso.
      Muchas gracias por leer y compartir mi relato. Un abrazo.

      Eliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.