lunes, 15 de abril de 2024

EL MATRIMONIO DE PASTORES


Aquella mujer tenía una cara amable, aunque sus manos, curtidas por el trabajo, resultaban ásperas. Sasha temblaba sin parar. El frío se le había instalado dentro de los huesos hasta el punto de impedirle articular ni una palabra.
La mujer le ayudó a desnudarse. A continuación, hizo que se bañase dentro de un gran barreño al que, de vez en cuando, añadía algún chorro de agua caliente para mantener la temperatura constante. A pesar de todo, Sasha no podía dejar de temblar, así que, tras el baño, la mujer sacó una manos con la que lo envolvió. Con el atizador azuzó las brasas de la chimenea a las que agregó un par de troncos más.
-Te prepararé un remedio que me enseñó mi madre para recuperar el calor.
La mujer salió de lo que parecía ser el salón. Tardó unos minutos y cuando regresó lo hizo con una bandeja donde había una gran taza de café mezclada con leche. A continuación, sacó una botella del bolsillo de su delantal y vertió un chorrito en el interior.
-Esto resucita a cualquier congelado.
Con la cucharilla removió el líquido humeante y sopló un poco para que el niño no se quedasen al tomarlo.
A pequeños sorbitos casi le obligó que se lo tomase por completo.
-Hay que evitar que este frío termine en una pulmonía.
Mientras tanto, el pastor regresó con Rizo. También lo había bañado y seguramente alimentado porque el perrillo agitaba su pequeño rabo con gran alegría.
-A comenzado a nevar.
-Esta será la quinta nevada. Ya se acerca la primavera. -comentó la mujer- Al menos lo hemos encontrado vivo. Podría haber sido peor.
Sasha sintió que los temblores iban remitiendo.
-Voy a preparar la habitación de Boris. -dijo la mujer con tono alegre. - Será como tenerlo de vuelta.
-Mujer-gritó el pastor- No vuelvas a pronunciar ese nombre en esta casa.
La mujer no respondió y se fue cabizbajo hacia el interior de la casa.
En el rostro del pastor se dibujó un gesto serio que Sasha no comprendió. Rizo se acurrucó a su lado, junto al fuego de la chimenea y cerró los ojos.


sábado, 13 de abril de 2024

RIZO


Desde el día anterior ya no tenía ni queso ni pan del que había tomado de casa. Todavía quedaba mucho trecho para llegar a la ciudad. Había seguido los consejos de su madre, evitaba los caminos principales para no tener que encontrarse con nadie, sin embargo, esa estrategia tenía un gran inconveniente y era que debía dar más vueltas. Sasha procuraba que nadie le viese. Posiblemente a nadie le extrañaría ver a un niño solo por un camino, en medio de los campos, o en un bosque, no era el primero que viajaba muchos kilómetros así, en solitario, pero la prudencia le hacía evitar contacto con cualquier otro caminante.
Caía la tarde cuando sintió una punzada en el estómago. No había comido en todo el día. Decidió continuar andando, pero, de repente, sus delgadas piernas se negaron a dar un paso más. Oteó el horizonte y vio un pequeño arbolado cercano a un riachuelo. Se dirigió hacia allí. Estaba medio mareado. Se tumbó en la orilla del río. Bebió unos sorbos de agua. Estaba tan fría que, al beberla, sintió que le daba nuevas fuerzas para ponerse en pie.
El cielo se había nublado y una fina lluvia comenzó a caer. La temperatura había bajado y lo más posible es que aquella lluvia terminase en una capa de hielo. Sasha volvió a mirar a su alrededor y adivinó lo que parecía ser una pequeña cueva entre los árboles. Se levantó y se acercó hasta ella. Era muy pequeña, pero, allí dentro, al menos, podía estar refugiado de la humedad. La lluvia se hizo más fuerte hasta que, por fin cesó, pero, a continuación, un viento gélido sopló y, tal como había imaginado, el agua acumulada se comenzó a cuajar en una delgada capa de hielo. Sasha se ovilló todo lo que pudo, pero no podía dejar de tiritar por el frío y el hambre. Comenzó a sentirse otra vez mareado y casi había perdido la consciencia cuando adivinó un pequeño bulto que se le acercaba. Podría ser una alimaña que buscaba refugio al igual que él. Sintió un impulso de salir corriendo, pero no tenía suficientes fuerzas como para hacerlo. Pensó que hasta ahí había llegado su suerte. Sería devorado por un animal y nadie lo encontraría. Mientras en su cabeza se juntaban esas ideas escuchó una especie de quejido. Lo emitía ese ser que se acercaba hasta él. Agudizó la vista y vio que se trataba de un pequeño perrito de pelo rizado. El animal temblaba, parecía asustado. Sasha extendió la mano y el perrito se acercó para olisqueársela. No tenía nada que ofrecerle. Los dos estaban hambrientos y solos. El perrito le lamió la punta de los dedos. Sasha le tendió la mano para mostrarle que no tenía nada oculto que pudiese hacerle daño. El animal siguió acercándose hasta estar junto a él. Sasha lo abrazó para darle calor. El perrito gimió. Instintivamente, el animal le mostró la pata delantera en la que llevaba incrustada lo que parecía ser una espina.
–Te debe de doler mucho ¿verdad?
Evidentemente el perrito no podía contestar, pero sus ojitos oscuros se iluminaron, cuando Sasha tiró de la espina y se la extrajo.
–Será mejor que te lave la herida para que no se te infecte.
El perrito se acercó más al niño y esperó a que este lo abrazase. El calor del uno al otro les hizo sentirse más reconfortados en medio de aquella fría noche.
Con los primeros rayos del sol el perrito abrió los ojos y se movió para soltarse del abrazo del niño. Se lamió la pata herida. Salió del refugio para estirarse. Una fina capa de escarcha cubría la hierba. Sasha también salió de la pequeña cueva. Al igual que había hecho el perrito bebió agua del riachuelo.
–Lástima que esta agua no sea leche. –murmuró el niño. –Nos serviría de alimento para los dos.
Pero como única respuesta a su comentario el perrito comenzó a ladrar y dar saltos que semejaban ser de alegría. Detrás del niño se recortaba la figura de un hombre.
–Rizo, estás aquí. Pensaba que no te encontraría.
El primer impulso de Sasha fue el de salir corriendo, pero no pudo. Se encontraba débil.
El hombre acarició al perrito que no cesaba de dar saltos y a continuación miró al niño.
–Veo que has hecho un nuevo amigo.
–Estaba solo y herido… –balbuceó Sasha.
–Sí. Ven a casa y tomarás algo caliente. Tú también tienes aspecto de estar solo y abandonado.


LA CASA DEL LAGO

 

La juventud, la inocencia o tal vez la curiosidad de uno hacia el otro, provocó que tanto Boris como Irina se sintiesen atraídos. La joven le preguntó cuál era el camino que iba a elegir en aquella encrucijada y Boris respondió que el que le llevase hacia la casa del lago.

–Creo que es este de la derecha, pero hace tantos años que no he estado por aquí. –mintió Boris. –que tengo alguna dificultad para reconocerlo.

–¿Es usted de aquí? –le preguntó Irina.

–Sí.

–Pues no le conozco. –indicó Irina. –Y desde que he nacido no me he movido de este pueblo y creo conocer a todos sus habitantes.

–Quizás no los conocía a todos. –afirmó Boris. –Porque yo he nacido aquí.

–¿En serio? Creo que me está intentando tomar el pelo. –indicó Irina con un rubor más intenso en sus mejillas.

Boris sonrió.

–Bueno, es normal que no me conozca porque nada más nacer, mis padres se trasladaron a otra población; algo más al Sur.

Y continuó tejiendo una mentira para convencer a Irina de lo que decía era una verdad. Poco a poco la cara de la muchacha cambió del asombro al interés y, a continuación, hacia la curiosidad, por lo que le contaba el desconocido.

Boris contó que siempre había deseado conocer el lugar donde había nacido, así que, sin pensarlo mucho, tras su último cumpleaños, cuando había adquirido la mayoría de edad legal, decidió emprender el camino y acercarse a la aldea.

–Creo que los habitantes de la casa del lago me podrán contar algún detalle más de mi vida.

–La familia Ivanoff son mis amigos. –señaló Irina. –Una de sus hijas, Olga, es muy amiga mía. Hemos crecido juntas. Tenemos la misma edad.

–Olga es la mediana ¿verdad? –preguntó Boris como quien hace una pregunta al azar.

–Sí. La mayor es Natasha, le sigue Olga y a continuación está el pequeño Sasha. Ese es el diablillo de la casa.

–¿Y los padres? ¿Viven todavía?

–El señor Ivanoff hace unos diez años que falleció y, al poco tiempo, Natasha se fue a la ciudad, pero el resto de la familia sigue en la casa del lago. Si quiere le acompaño y habla con ellos.

–Sería muy amable de su parte.

Y así fue como Irina y Boris se encaminaron hacia la casa del lago. Aquella casa quedaba algo retirada del resto. Cruzaron el pequeño puente de madera que el propio señor Ivanoff había construido para salvar el camino que rodeaba el bosque. Cuando estaban en medio del paso escucharon lo que semejaban ser los tiros de una escopeta. Los dos jóvenes se detuvieron, a continuación, se escuchó un grito y una vez que decía.

–Huye pequeño Sasha, huye.

 



miércoles, 3 de abril de 2024

IRINA

 


No podía recordar nada el pueblo porque su madre se lo entregó al pastor cuando aún era un bebé, sin embargo, el cabrero y su mujer, que habían cuidado de él, se preocuparon de explicarle todos los detalles de la aldea a la que pertenecía. Sin haberla pisado nunca conocía cada rincón de ésta. Sabía quién habitaba cada casa, cada familia y estaba al tanto de todos sus parientes sin haberlos visto nunca. Era como si no se hubiese ido nunca de allí. Cada detalle que se acumulaba con el paso del tiempo, se lo contaba el pastor que traía diariamente las noticias a su humilde hogar.

Cuando Boris supo que su padre había fallecido, se sintió tentado de correr hasta la casa de su madre y hermanos, pero el cabrero lo detuvo con una sabia reflexión.

–No les causes más dolor. Espera a que cure la herida de la pérdida y, entonces podrás volver para siempre.

Boris comprendió que aquel hombre sencillo tenía razón. El cabrero hablaba poco, pero cuando lo hacía mostraba su sensatez. Aguardó a que pasasen dos años y, por fin, se sintió preparado para el reencuentro.

No era muy grande la distancia entre la casa del cabrero y el que debía haber sido su pueblo. Caminó con paso firme hasta llegar al cruce de los cuatro caminos. Se detuvo. Observó el entorno. En los campos había algunos hombres trabajando la tierra. Se enjugó el sudor de la frente y sacó una pequeña cantimplora para beber un trago de agua fresca. Después volvió a reprender el camino, pero, a los dos pasos, volvió a detenerse. Le asaltó una duda ¿Cómo debería llamar a su madre? Esa mujer que lo había entregado a otra familia y que nunca había ido a visitarlo. ¿Era realmente su madre como le había dicho la mujer del cabrero?

Mientras pensaba esto vio que por el camino que llevaba al pueblo, se acercaba una muchacha, de rostro ancho y semblante sonriente. Su hermosura le cautivó y algo le impulsó a acercarse a ella y darle conversación con la excusa de haberse confundido de camino. La muchacha le indicó que estaba cerca de la aldea y que sólo debía dar unos pasos más para encontrarse en el centro de la población.

–Muchas gracias. Has sido muy amable. Me llamo Boris y vengo a establecerme aquí. Siempre recordaré que eres la primera persona que he conocido de este pueblo ¿Cómo te llamas?

–Irina –respondió la muchacha con una sonrisa amplia y un rubor propio de su juventud.



 

lunes, 1 de abril de 2024

OLGA. INTRODUCCIÓN AL PERSONAJE


A Olga no le gustaba su trabajo. Había llegado a aquella cocina por casualidad. El trabajo de pinche era muy duro. Todo el día fregando platos y cacharros le destrozaba las manos. A pesar de todo, no se quejaba porque sabía lo que era pasar hambre y allí podía comer todo lo que le apeteciera. La responsable y cabeza de aquella cocina era la señora Marcel, la cocinera de la mansión de los duques Ivanoff. Esa mujer de rostro duro y llena de orgullo por su estatus cuidaba de sus empleados con un instinto maternal. Todos los días, al final de cada jornada revisaba las vajillas, los cubiertos y los cacharros y, en especial, estos últimos. Los escudriñaba al milímetro. Olga la observaba con gesto serio y, al mismo tiempo, tranquila porque sabía que no encontraría ningún resto por muy grande que fuese la olla o cacerola. Quizás, la actitud altiva de la muchacha fue lo que cautivó a la señora Marcel que pronto la relevó de fregona para hacerla ayudante en la despensa. A Olga, aquel cambio de estatus, le creó nuevos amigos y también enemigos. No tardó mucho en demostrar sus dotes de ahorro y control para rentabilizar la comida. La señora Marcel controlaba todos sus movimientos sin dejar de reparar en su actitud juiciosa, pero, en especial, quedó impresionada la rapidez con la que aprendía las recetas. Poco a poco Olga dejó de ser una ayudante para convertirse en una asesora en el menú, pues la señora Marcel le pide consejo y se deja influenciar por el buen gusto de la joven. Un día la duquesa hizo llamar a la cocinera. En la cocina hubo un revuelo. No era corriente que los de arriba, como así llamaban a los duques, se pusiesen en contacto con los de las profundidades de la mansión. La señora Marcel buscó su mejor cofia y el mejor mandil para presentarse ante la duquesa. Tardó varias horas en volver. Nadie decía nada, pero el nerviosismo se respiraba. Olga disimuló su inquietud recontando los saquitos de la alacena. Cuando por fin regresó la cocinera todos esperaban alguna queja de su trabajo, sin embargo, era todo lo contrario. La señora Marcel sacó una bolsa de monedas. Explicó que era la gratificación que la duquesa les había entregado por su buen trabajo. La repartió con todos de manera equitativa. Hubo aplausos y risas. Cuando todos se fueron, la cocinera llamó a parte a Olga.
-La señora duquesa se ha interesado por tu trabajo.
A Olga le extrañó que la señora supiese de su presencia en la cocina, pero la cocinera le explicó que, aunque estuviesen arriba, no dejaban de interesarse por lo que ocurría dentro de su mansión.
-Mañana, después del desayuno, subiremos.
Aquella noche, Olga no consiguió dormir. Le era imposible conciliar el sueño. Casi no pudo tomar el desayuno. Se arregló el mandil y subió detrás de la cocinera con paso firme. Aquel salón magníficamente amueblado tenía una enorme chimenea. La señora duquesa estaba sentada en un sillón y junto a ella había una chica que leía con gran interés un libro. Olga se colocó detrás de la cocinera como si ella fuese su escudo.
-¿Es ella? -preguntó la duquesa.
Y con un gesto le indicó que se acercase. Olga dio un paso hacia delante y dudó si debía levantar la mirada. La joven que estaba leyendo cerró el libro y la miró.
-La señora Marcel me ha contado que has sido tú la responsable del magnífico menú que nos servisteis la pasada noche. Quería darte las gracias personalmente. Nuestros invitados quedaron muy satisfechos y eso nos ha favorecido mucho.
Olga levantó la vista y sonrió a las palabras de la duquesa, pero cuando iba a hablar se fijó en el rostro de la joven que estaba sentada a su lado. En la garganta se le hizo un nudo y se quedó con la boca abierta y sin nada que decir. Cuando se recompuso de su boca salió un nombre: Natasha.


BORIS


Nació cuando los campos se cubrían de un verde intenso. El trigo, el principal sustento de los habitantes del pequeño pueblo, brillaba bajo la primera luna menguante primaveral. En la casa se palpaba la alegría del nuevo nacimiento porque, además, se trataba de un niño. El padre no podía ocultar la alegría que sentía tras la llegada de este niño. Un varón que seguro que perpetuaría su descendencia y sería su relevo. Era la nueva generación. Muchos fueron los planes que hizo el cabeza de familia, sin embargo, pronto los hubo de descartar. A los pocos días, el niño comenzó a llorar. Algo le ocurría y no había forma de averiguarlo. Día y noche lloraba sin descanso. Pronto se extendió el rumor de que aquello que le sucedía al niño se debía a una antigua maldición que pesaba sobre la familia. Poco a poco el rumor se convirtió en una afirmación hasta el punto de llegar a oídos de la madre del pequeño Boris. La madre, angustiada, llevó al niño a la anciana de la aldea. Se decía de ella que poseía un don que le permitía curar cualquier enfermedad. La anciana vivía en una casa modesta y apartada de las demás. La madre de Boris le mostró al niño a aquella mujer que decían que era sabia, pero ésta, al ver el rostro, de tonos violáceos del niño por el constante sollozo, hizo un gesto de desprecio y se negó a continuar viéndolo.
-Este niño nunca crecerá y os traerá la desgracia a vuestro hogar. -profetizó. -Llévatelo de mi casa y harás bien en apartarlo de tu vida.
El dolor que sintió la madre fue indescriptible. Cómo podía apartar a su hijo así, indefenso, sin dejar de llorar. Los días pasaban y los lloros del pequeño Boris no cesaban. Nadie conseguía dormir en aquella pequeña casa.
-Mujer. No podemos continuar así. -dijo el cabeza de familia-Hay que tomar una determinación. O él o nosotros.
La madre, con toda la tristeza del mundo, tomó una decisión. No quería apartar a su hijo de sí, pero tampoco podía perder a su familia. Tomó al niño en brazos y salió al camino. En el cruce de los cuatro caminos se encontró con un pastor que llevaba un pequeño rebaño de ovejas y cabras. Se acercó a él y le tendió el niño.
-Cuida de él. Cuando esté en condiciones haz que regrese a mí.
Nadie volvió a hablar del pequeño Boris. Era como si nunca hubiese existido hasta que, un día, en el cruce de los cuatro caminos se vio la figura de un joven. Sin pronunciar su nombre todos sabían que era Boris que regresaba a casa.


martes, 26 de marzo de 2024

SASHA

 EL JUEGO DEL ESCONDITE

Al pequeño Sasha le gustaba jugar al escondite. Su hermana Olga y él se escondían en los lugares más inverosímiles. Un día, Sasha se escondió en la carbonera y como su hermana no lo encontraba estuvo allí hasta que se durmió del aburrimiento. Fue su madre la que lo encontró cuando fue a buscar algo de carbón para la cocina económica. ¡Qué susto se llevó la pobre mujer! Sasha estaba dormido sobre el hollín. Su madre lo despertó y le dio una buena regañina. El castigo no se hizo esperar. Olga y Sasha fueron castigados a recoger leña, tanta como les fuese posible.
Al principio todo parecía más sencillo, sin embargo, el castigo resultó más duro de lo que imaginaban, pues coincidió con las primeras nevadas que siempre suelen ser las más duras. Como no tenían mucha ropa de abrigo, se les helaban las manos, los pies y hasta la nariz mientras iban en busca de la leña. Sasha, con su un pequeño carrito, amontonaba las ramas que encontraba y Olga las colocaba en la carbonera.
Un día, cuando Sasha se había alejado de la casa con su carrito, escuchó lo que le parecieron unos tiros. Sasha no sabía exactamente lo que eran, pero, a continuación, se oyó un grito y unas voces desconocidas. Corrió hacia la casa, pero se detuvo al ver a un hombre que empuñaba un rifle. Sintió miedo. Sin pensarlo dos veces, dejó el carrito y regresó hacia el interior del bosque. Trepó por uno de los árboles y se escondió tras una gran rama llena de nieve.
Aquel hombre había oído algún ruido. Se dirigió hacia donde se encontraba el carrito.
-Aquí hay otro.- gritó a los otros dos hombres.
Entre los tres, comenzaron a rastrear el bosque. Sasha se apretó a la rama hasta mimetizarse casi con el tronco. Sabía esperar. Lo había aprendido con el juego del escondite. Los tres hombres se cansaron pronto de buscarlo y, entre gruñidos, se alejaron de su casa. Sasha todavía esperó un rato más. No quería encontrárselos. Algo le decía que no eran buena gente. Agudizó el oído y cuando no escuchó nada se decidió a bajarse de la rama. Su carrito estaba allí, con las ramitas que había recogido, pero no se detuvo a recogerlo. Quería llegar a su casa lo antes posible.
La puerta estaba abierta. Se oía un murmullo como un lamento. Era su madre la que lo emitía. Estaba herida, pero permanecía consciente. Con un hilo de voz le dijo:
-Suerte que no te han encontrado, pequeño Sasha. Se han llevado a tu hermana Olga. No debes caer en sus manos. Huye.
El pequeño no entendía nada y, aunque protestó y gimió diciendo que no podía abandonarla así, malherida, obedeció la orden de su madre.
Sasha tomó un trapo en el que envolvió un trozo de pan y de queso como único equipaje.
-Escúchame bien. -le dijo su madre. -Ve a la ciudad y busca a Natasha. Anda por los caminos más solitarios y si escuchas el rumor de alguien que se acerca escóndete. Tú sabes hacerlo muy bien. No te detengas. Puede que ellos regresen y no quiero que te atrapen a ti también.
De nada sirvió que protestase. Su madre fue contundente en la orden. Sasha debía dejar el campo y marchar a la ciudad.


LA CODICIA




 La programación de la televisión convencional es tan pésima que te incita a huir de ella. Ayer, por casualidad, haciendo eso que se solía llamar zaping, en una cadena menor estaban reponiendo un clásico. Se trataba de El halcón maltés. A pesar de que la he visto muchísimas veces volví a verla.

Su trama, montada sobre un argumento histórico falso, te lleva a descubrir hasta dónde es capaz de llegar la codicia humana.
Sam Space demostró seguir en forma para encandilar y atraer con su escaso metro cincuenta. Joel Cairo, el minúsculo matoncillo que ansía el halcón y que sabe que sus fuerzas no le van a permitir tenerlo solo para él, te observa con sus grandes ojos mientras te apunta con su pistola de juguete. En cuanto al gordinflón y su delgaducho guardaespaldas, ambos desean el pájaro por su valor, pero sobre todo lo ansían porque lo que realmente quieren es lo imposible. En cuando a la dama codiciosa, ella busca el dinero, los millones y no le importa nada ni nadie. Ante tanta decisión, me decepciona su pasividad final. El personaje debía haber peleado más por el pájaro y por ella misma también. Pero ya se sabe, quien persiga un sueño puede llevarse la sorpresa de que éste sólo sea real en su imaginación.



OLGA




 ¡La encontré! Sin duda es ella. Estoy casi segura. El parecido la delata. Aunque se oculte el rostro con el ala del sombrero sé que es ella. Natasha Ivanoff estaría muy contenta si pudiese ver la fotografía de su hermana Olga.




PEQUEÑAS HISTORIAS

 


Estoy casi segura de que era en julio, aunque no recuerdo el año. Tendría que consultarlo en el dorso de la fotografía. Mi padre siempre anotaba la fecha, aunque prefiero adivinarla por el entorno. Todavía existían los merenderos. Eran esos locales donde tú te traías la comida hecha de casa y te alquilaban las sillas y las mesas y sólo pagabas las bebidas. Mis padres están en una actitud de complicidad. Parece que conversan, pero, en realidad, están posando para la fotografía que le estábamos haciendo entre mi hermana y yo. Recuerdo esos días llenos de alegría por pensar que el verano era amable. ¡Qué más se podía pedir! El tiempo ha pasado rápido tanto que esta fotografía parece ser una reliquia. Una de esas que pasan anónimas y que, sin embargo, han hecho nuestra particular historia.